domingo, 20 de enero de 2008

another temucan weekend.


SI hay algo que me gusta de Temuco -de lo poco que me gusta, no me he vendido tanto a la nostalgia conformista del adulto joven- es caminar por Gabriela Mistral en una mañana de domingo con ojeras y los labios partidos. No por las veredas, sino como debe ser: al borde de su famélico riachuelo lleno de mugre y árboles flácidos que separa sus dos vías. Gabriela Mistral es acaso la única calle -perdón, avenida- de Temuco que te hace creer que pasan cosas, que esto no es un valle a los pies de un cerro que se fundó para someter a los mapuches condenándolo así a un futuro bastardo. El poder del agua, supongo. No le encuentro otra explicación. Aunque sea el agua de un estero picante. Gabriela Mistral está lejos del centro y no debe tener más de unos treinta años de antiguedad. Es parte de lo que se podría llamar "el nuevo Temuco", el que nació cuando el pueblito comenzó a crecer desmedidamente producto de la migración indígena y el lavado de dinero, transformándose en una ciudad de trescientos mil habitantes con alma de aldea. Los dos poetas más famosos y espantosos de Chile vivieron alguna vez acá así que alguien pensó que no quedaba otra que bautizar liceos municipales y avenidas con sus nombres. "A la Gabriela la tiraron allá atrás, por donde nadie anda", me dijo una vez un colectivero 11-P indignado por los bucólicos barrios donde se emplaza la avenida. Como si la señora no se hubiera muerto a mediados del siglo pasado y el resto de la ciudad no hubiese estado fundada. Gabriela Mistral empieza en Pedro de Valdivia, ahí donde está el puente para peatones que separa uno de los sectores más peligrosos de la ciudad con los nuevos y santiaguinizados edificios de 25 pisos destinados a profesionales jóvenes arribistas y ancianos. Y termina en el Barrio Inglés, ese suburbio C2 para gente que se cree ABC1 lleno de casas rigurosamente iguales entre sí, plazas iluminadas y calles con nombres británicos: Brixton, Liverpool, Almirante Nelson. Donde ahora hay un Líder, donde antes había una pampa en la que íbamos a hacer trompos con los autos de los papás de mis compañeros de colegio, cuando éramos pelotudos y creíamos que la diversión temucana consistía en eso y en mirar con pica cómo se empañaban los vidrios del ocupadísimo auto estacionado más allá. Gabriela Mistral es una avenida larga pero está cortada al menos unas tres veces: a ratos tiene una sola vía, a ratos una termina y empieza la otra, incluso en un trozo de las Lomas de Mirasur no existe en absoluto, ahí justo frente a la Cataluña, donde hay algo que alguna vez fue un fundo y que seguramente sus dueños, nostálgicos de Hernán Trizano, se niegan a vender para que Socovesa pueda seguir ampliando su conjunto de casitas como-dibujadas-por-un-cabro-chico. Me gusta Gabriela Mistral porque grafica el desorden de una ciudad que se niega a ser ordenada y que no le alcanza para ser caótica. Que no puede tener onda por más que lo intente, pero que te empuja a apreciar lo poco bueno que tiene, aunque tengas que correr un millón de ramas de árboles para encontrarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

con toda la onda INDIE-GENA de temuco!