lunes, 24 de octubre de 2005

Quiero postear algo y no sé qué.

Podría escribir sobre el recorrido de ayer por la feria improvisada que arman en el centro que casi me hace llorar al ver revistas Disney editadas por Pincel (hey, casi que aprendí a leer con esas revistas, junto con los clásicos de la literatura universal en horribles ediciones color chocolate blanco que regalaban con Ercilla). Podría contar que hoy quise ir a ver Corpse Bride y caminé dos horas hasta el cine para luego arrepentirme y caminar dos horas más hasta llegar a Providencia, donde estoy ahora. Podría decir que los tallarines de hoy no me quedaron pegados, y que los iba a empezar a cocinar cuando llegaron Germán y Lissette y ella me dijo "la vida de jean pierre que todavía no se levanta a esta hora" y me sentí mitad privilegiadísimo y mitad loser. Podría acordarme que Julio me dijo que podía sacar su bici cuando quisiera y prometer que lo haré mañana. Podría lloriquear porque me quedan diez lucas en el cajero y, de esas, cinco son para viajar a Temuco dentro de la semana y el resto para comprarle un regalo de cumpleaños a mi madre y sobrevivir aquí antes de ir a renegociar mi segundo mes de arriendo. Podría quebrarme diciendo que tengo el inicio de mi segunda novela (eh, la primera tampoco está terminada y yace en un correo semi-secreto, para bajarla y continuarla cuando tenga una motivación para hacerlo) armado en Word, que si me sale antes del verano doy por exitoso este 2005, que está por vencerme la prueba de 30 días de Office para Apple y necesito conectar mi computador a internet de forma urgente.

Podría decir que, una vez que tome el bus, voy a echar de menos el pasillo inhóspito de la casa, las conversaciones en la cocina, los maullidos de "Tigre", mirar el cerro y el smog desde la puerta de la azotea, pisotear fuerte las tablas del piso de puro gusto cuando no hay nadie, las calles con gente, los locales con olor a comida, las micros-acordeón en las que todavía no me subo, y todas las cosas y personas que todavía no conozco.

Pero no tengo ganas de escribir de nada de eso. No tengo ganas de escribir de nada, de hecho. Si escribir es como respirar, entonces estoy con respirador artificial.

lunes, 17 de octubre de 2005

Influencia

Esto de escribir en cibercafés me sicosea bastante. Creo que todo el mundo -los que pasan por atrás, los que están a mi izquierda, la mina que está a mi derecha- lee lo que escribo acá, lo que hablo por MSN, los blogs que leo, lo que sea. Lo más probable es que no les importe. Ellos chatean con sus parientes lejanos y se miran por webcam, hacen tareas para el colegio, les mandan mails al pololo empezándolos con "por qué ya no me respondes?", ven videos divertidos y pixelados en Windows Media, postean en fotologs. Todo el mundo tiene algo que hacer. Yo tengo un Mac mini y no lo puedo conectar a internet. Es como tener una tele de plasma en el desierto. Y hablando de desierto, Germán se fue por el fin de semana con una amiga al desierto -la vida de algunos- y me apoderé de su tele. Vi de todo: desde programas políticos a la hora de almuerzo, pasando por resúmenes de las teleseries de la temporada, hasta, eh, "Gigantes con Vivi". Aclaro que no hay cable en mi pieza. De hecho, se supone que no hay cable en la casa. No con contrato, eso es lo que quiero decir. Como sea, ver las noticias y eso me hace sentir un poco más conectado al mundo. El problema es a QUÉ mundo.

Luego de que una de mis vecinas -no me consta, pero es la sospechosa número uno- se comiera la mantequilla y el manjar que dejé en el refrigerador y que, evidentemente, eran para consumo exclusivo de mi persona, de descubrir que la mitad de los enchufes de la pieza no funcionan y de que el mes adelantado se está terminando, entré a una fase de inseguridad y ansiedad extrema. El domingo me instalé, hincado, en el inhóspito pasillo que comunica la entrada de la casa con la mayoría de las piezas. No había nadie, estaba solo. Empecé a hablar solo para tratar de sentir el eco. Y decidí que ya no quiero seguir viviendo ahí. El problema es que es como la opción más económica. Y me resulta seguro porque escalar como los niños-araña o acceder al patio es casi imposible. Y porque me estoy empezando a hacer adicto a mirar a los edificio de atrás. Siempre descubro cosas nuevas: carretes de chicos ingenieros en el piso 13 de la torre que está más cerca de la calle, un padre con cara de detestable felicidad jugando con su hijo de meses en un balcón del piso 7, una chica linda hablando por celular en la torre del lado, unos tipos peleando un poco más abajo, o al menos eso es lo que parece que está pasando tras las cortinas. Quizás no sea nada adrenalínico, pero me gusta imaginar vidas ajenas y vivirlas por cinco segundos y después bajar a cocinarme un arroz que me quedará como tortilla. Necesito alimentarme en todo sentido. Hace un mes escribí aquí sobre mis ganas de irme al desierto o a un lugar alejado de la gente y de cualquier influencia mediática. Ahora no estoy tan seguro. Creo que la única forma de tener ganas de levantarme en la mañana es saber que durante el día van a pasar cosas, o al menos que las voy a mirar. Que voy a recibir millones de datos y los voy a procesar para crear algo nuevo en mi cabeza, en un papel, en Text Edit o donde sea. Y voy a entender algo más del mundo y de la gente. Porque a veces creo entender más de la cuenta, y otras creo no entender nada. Ningún término medio.

jueves, 13 de octubre de 2005

Bienvenido al sistema

Ayer, por fin, fui a ver Se Arrienda. La vi en el Hoyts de La Reina, lo cual me significó gastar plata de más, pero no me importó tanto, porque sentí que tenía que verla en un buen cine, al que además nunca había ido. Y estoy dispuesto a perdonarle a AF que sea visualmente imperfecta, porque en realidad es como leer un libro de él, y porque, sobre todo, era la película que necesitaba ver. En el momento preciso. O quizás sea como si esa detestable frase "todo puede hablarte de todo" fuese cierta y ya estaría bueno que todos la escribiéramos con spray en los techos de nuestras piezas y la meditáramos antes de dormir.

El martes, acompañando a Felipe y Camilo, llegué a un canal de televisión abierta, y en parte fue como el 2.0 de ese horroroso "tour de medios" al que fui como en segundo año de universidad. Allá me encontré con (inserte nombre propio aquí) mi pseudo-amigo-periodista-exitoso que conocí en enero, justo cuando me iba yendo de ese canal regional del cual me da flojera acordarme. Estaba en camisa y corbata, apretando con rabia su cigarro encendido y caminando en círculos mientras hablaba por celular. Lo miraba intentando en vano recordar su nombre, y de paso proyectándome en él. "Hola Jotapé del 2012", estuve a punto de decirle, pero era como mucho. Parece que al final opté por un "hola tú estabai en temuco para...". Nunca subestimes la memoria de un periodista que se cree el cuento, me dije después. Le conté que estaba muy entusiasmado buscando pega, para no sonar tan vago. Me respondió "pero anda hablar con Xx, que es el subdirector de prensa... pero no con esa pinta sí, poh". Y en ese momento me empiezo a imaginar recorriendo el trayecto desde la oficina de Tur Bus hasta mi casa, con una de esas cosas para meter ternos adentro colgada en mi hombro hacia atrás, sonriendo porque estoy a un paso de convertirme en todo lo que no quería a los 17, en el motivo por el cual rehusé estudiar Ingeniería, pese a que era lo que me decían todos: que cómo iba a desperdiciar el puntaje de la PAA Matemática y mi supuesta mente hiperconcreta con algo tan saturado, mal remunerado y pajero. De mirar esa rebeldía adolescente contra algo invisible por encima y encontrarla casi adorable. Y me mantuve frikeado con eso hasta el otro día, cuando veo la peli y descubro que es peor que te pase a los 35 que a los 23. Aunque no llegue ninguna Francisca Lewin ni te cruces con testimonios de vida en cada esquina. Se supone -se supone- que a estas alturas hay más posibilidades de salvación. Y me dieron ganas de seguir estudiando. Justo eso que había desechado por completo estos últimos dos meses, puede que termine siendo mi verdadero plan 2006. Eso, mientras pueda seguir arrendando.

sábado, 8 de octubre de 2005

Not from here, not from there

Insomnia strikes back. Hoy desperté a las nueve de la mañana, tras una noche de cervezas y leche en polvo de la Nasa que le robé a Julio y que era rica de cucharear, por culpa de una cañería del patio que tiraba agua produciendo un ruido imposible. Me sentí como el forro, me levanté, abrí la puerta que da a la azotea chueca y me mareé mal. Abajo, sentía los gritos de la mina del gato. Llamándolo. Según yo, estuve como treinta segundos clínicamente muerto.

Así que he andado todo el día con la idea de que tengo que hacer algunas cosas antes de morir. Decidí ir a visitar a mis tíos, pero nunca se me ocurrió que no iba a haber nadie en la casa. Caminé de vuelta. Y llegué a una exposición de World Press Photo llena de chicas impresionables lateadas con pololos viendo el partido a esa hora. Las fotos eran muy fomes. No estoy programado para sentir pena por los soldados norteamericanos heridos en Irak o cosas así de políticamente correctas. Terminé mirando más a las asistentes que a las fotos. O haciendo el esfuerzo de mirar las fotos para que las asistentes no pensaran cosas inexactas de mí. Todo muy difícil.

Sinceramente, no sé en qué va a terminar todo esto. Necesito dinero con urgencia. Me autoimpuse un límite de dos lucas diarias para gastar y es muy difícil de cumplir. Maldito pendejo burgués. Aquí estoy, en un ciber, quinientos la hora, el más barato que encontré abierto. Ahora voy al Líder. Agh. Me estoy como aburriendo. ¿Se nota?

lunes, 3 de octubre de 2005

Growing up

Necesito hacer algo. Lo que sea. La inmovilidad me hace mal y ése es el descubrimiento no asumido del fin de semana. Hoy desperté a las tres de la tarde y las nubes y las gotas de lluvia me dejaron encerrado en la pieza leyendo el diario de ayer hasta las seis. De ahí salí en busca de un adaptador que necesito para instalarle el teclado y el mouse a mi manzana. El día se pasó muy lento y el cielo gris oscuro me recordó a ya saben qué.

Obviamente, mi sección más hojeada del diario fue la de avisos económicos. Le da dramatismo a mis noches de insomnio.
Por ahí me pidieron ideas y si hay algo que no tengo por estos días son ideas. Aún no logro aprender a pelar una manzana como la gente, así que las ideas vendrán como el 2025. Escalón por escalón, ésa es la forma como se supone que debe ser. Pero me da rabia no tenerlas. Más que por no cumplir, por no poder estrujar mi cerebro. Es como si lo tuviera en el freezer. Antes había cosas que al resto le quedaban grandes y a mí chicas, y viceversa. Ahora todo me queda grande. Uno nunca dimensiona bien las cosas hasta que se da cuenta que no sabe pelar una manzana.

Anoche soñé que estaba en el colegio -aquí el lector hastiado hace click en cualquier otro lado-, pero esta vez era distinto. Llegaba la profesora de inglés que tuve en la básica y la empezaba a pifiar, pero me daba cuenta que en realidad quería estar sentado ahí, viendo cómo la vieja escribía "calendario de pruebas" en el pizarrón. Debajo de la mesa tenía todos mis libros y revistas y cosas que dejé en Temuco. En el asiento de atrás estaba P, que me gustó durante todo séptimo básico y hoy es una feliz mamá y tiene nuevo empleo, según me enteré por su nick de msn. Me decía algo que ya no recuerdo. Al lado izquierdo estaba mi mamá, diciéndome que me apurara en meter los libros en mi mochila porque me tenía que ir a tomar el bus. Me sentí la raja al tener todo lo que necesito y poder meterlo en una mochila de dimensiones oníricas. De ahí ya no me acuerdo qué pasó, porque desperté con los tacos de mi vecina entrando al baño y con la mina de abajo gritándole a su gato. Miré mi celular: eran las siete y media de la mañana y yo estaba solo en una pieza con restos de diario, una botella de Coca Cola, mi discman conectado a parlantes de pc prestados y nada concreto que hacer durante el resto del mes.

sábado, 1 de octubre de 2005

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El de ayer fue un gran-gran día. Me compré mi caja de manzanas para la mente. Un tipo parecido a Screech me aseguró que era una adquisición para no arrepentirse. Es como lo mejor que me ha pasado hasta ahora, porque lo de tener un sentimiento de culpa religioso que me impide comerme un sandwich que cueste más de luca no es nada de agradable. Y no tenerlo y dejarme llevar sería más o menos igual.

Ayer caminé cinco cuadras con mi manzana dentro de la bolsa, para ir a probarla a lo de Felipe, y sentí la paranoia en su grado máximo. Todos me parecían flaites, todos me miraban de forma amenazante, todos se acercaban a mí y se metían la mano a la altura del pecho para sacar la eventual cuchilla. Es que creo que es lo más caro que me he comprado en mi poco emprendedora vida. Ahora mismo siento frikeación por el hecho de estar en un ciber y no en la pieza. ¿Qué hago en un ciber en vez de estar durmiendo o bebiendo cerveza como la gente normal? Pura actitud.

Necesito dinero con urgencia. Y un italiano de La Picá de Mackenna. ¿Dónde demonios tienen la sucursal en Santiago?