martes, 26 de julio de 2005

Hace tiempo que no veía una película voladora de cabeza. Closer me dejó como canadiense de South Park. Y con la ceja derecha levantada por un buen rato. Ni siquiera puedo decir si me gustó o no. Lo que sí tengo claro es que tiene cero emoción. Punto en contra. Es muy calculada, muy obra de teatro (de hecho, es adaptación de una), muy para estudiantes de psicología. Pero me dejó levemente lisiado con el tema de que nadie está con nadie, que la gente va y viene, que cuesta confiar en alguien porque mentir es tan adictivo como jalar. Sobre todo porque, una vez que entraste en el juego, cada vez te conformas menos con dosis pequeñas. Igual nunca he jalado, no sé por qué hago metáforas tan imbéciles.

La peli se trata de intentos de parejas, pero como yo no sé qué es eso, no puedo evitar extrapolar su moral a relaciones humanas en general. Cuando Shó sacó el dvd del reproductor y me preguntó "te gustó", musité un ruido gutural mientras seguía con mi ceja levantada. Y, a modo de reflexión inteligentilla, dije "al final la única honesta era la Natalie Portman". Spoilereando en mala. Voy a seguir, así que es el momento de hacer click en otro lado. Buéh. La cosa es que Shó me respondió "pero shó, si era la más mentirosa de todos, nunca le dijo su nombre verdadero al otro". Pero sí era la única que no puso el gorro. La única que siguió siempre lo que le dictaban sus impulsos (que, en este caso, no son lo mismo que las hormonas). Que odió, amó, dio oportunidades y mandó todo a la mierda cuando sintió que era necesario. Su única mala idea fue, al final, mentir y mentirse para tratar de ser feliz. Nunca entender que el amor no es una mentira de común acuerdo. Los demás habrán reconocido sus gorreos, pero la torpeza post-pérdida de confianza de la Portman (lo siento, en estas películas nunca retengo nombres de personajes) la hizo quedar como la más humana de los cuatro. Y no lo digo sólo por lo cool de verla con el pelo rojo o disfrazada de Soledad Onetto en el escenario de un club de strippers, pero es, quizás, el único personaje adorable de la peli.

Hace mucho rato que dejé de confiar en la gente. Antes iba a reuniones a las que no quería ir, me aburría y no me iba a la mitad por diplomacia o algo aún más estúpido que eso. Ahora selecciono mejor las invitaciones y, claro, eso conduce a que contar a tus amigos y cercanos sea como revisar un cartón del Kino. Pero lo prefiero. La honestidad es el único camino y si tiene que ser brutal, pues será brutal. No es fácil, claro. Mentir es el camino corto, el parche. La honestidad implica visceralidad y, cuando el mundo que te rodea parece una planilla Excel, no es una política fácil de mantener. La honestidad me asegura que los cuatro o cinco aciertos de ese Kino, que se quedaron conmigo, van a poder echarme en cara cualquier cosa menos que no pueden confiar en mí.

Closer es de esas películas que no puedo procesar correctamente. Anoche, mientras volvía a mi casa en medio de una neblina londinense, me di cuenta que tengo 23 años y he experimentado demasiado poco como para entender la cuarta parte de lo que se trata todo esto. ¿Qué quieren? Si quieren un comentario de cine de alguien que viene de vuelta en la vida, váyanse al blog del fucking Antonio Martínez, que le puso dos estrellas a Charlie y la Fábrica de Chocolates. Película que todavía no he visto, pero ya sé que me va a gustar. Porque si emociona, cualquier pajeo psicológico se queda corto.

viernes, 22 de julio de 2005

Soy especialista en perder amigos. O en mandarlos a la mierda unilateralmente. La teoría que he elaborado para justificar mi pésima onda es que ciertos amigos, o las ondas (!) que ellos representan, tienen que ver con etapas de mi vida y que, mientras yo evoluciono, mis amigos se quedan ahí. Sí, además de mal amigo, farsante.

Adivinen a qué viene mi reflexión. Yeap: junta de curso 2005. Llegué a mi casa furioso porque me compré la última Rockdelux con el envoltorio roto y en alguna parte del trayecto se me cayó el cd. Dork al cubo. No alcanzo a sacarme la chaqueta cuando suena el teléfono: era Carlos Parra chantajeándome emocionalmente para que no falte mañana. "Van a estar todos". Muy psychamente le pedí que me leyera la lista de los confirmados. Me leyó la mitad. Ningún personaje interesante. Ni siquiera la ex-personaje clave. Y al rato, "Zírok" me empieza a decir por msn pero vamos po, un rato no más, compramos una promo, "si igual va a ser entrete". El lector avezado recordará mi patético lloriqueo post-junta de curso 2004 en 20six. Lo acabo de re-leer y me dio VAP. Así que no no más. No voy y no voy. A menos que a última hora me entere de una asistencia notable. Pero lo dudo.

Me cuesta ser antipático con cierta gente. Si tengo que reconocerlo: soy un abuelo querendón. Más todavía con gente que te vio crecer, que te conoce las pendejadas y que podría ponerte en aprietos si contara ciertas cosas de las que se acuerdan. Y viceversa, está claro. Gente que en algún momento de tu vida descartaste y sigues sintiendo que eso estuvo bien. Pero la susceptibilidad al "hey, te queremos" es y será uno de mis puntos débiles. Aunque ya no sienta nada en común, ningún tema de conversación y todo se base en eternos flashbacks, la sensación de que un par de tipos fueron lo más destacable de 12 años de déficit atencional e ímpetus antisistémicos ahogados se instala sola por encima de todo. Y se trata de gente que, si la conociera ahora, la encontraría aburrida y miope.

Puta, quiero tener una excusa para no ir. O aprender a decir "no tengo ganas, fuck off" y colgar el teléfono o hacer sinadmisiones masivas, como en los viejos tiempos. Tan asquerosamente diplomático jotapé.

miércoles, 20 de julio de 2005

Diez puntos de sangría

Terminé la tesis (ver foto de la producción en serie en 20sick) pero aún no la he entregado. ¿Razón? La impresión de las tablas Excel fue un desastre de proporciones y tuvimos que acudir al Ingeniero Ñaño para que nos auxiliara y nos configurara los márgenes según lo que dictaba el Manual del Obsesivo Compulsivo a punto de entregar su Tesis. Y tres copias no se imprimen en un ratito. Y empezamos ayer pero se nos acabaron las hojas y hoy hubo que conseguir más. Torre Extra-Arias, tal como lo quería Shó. Y a las cinco de la tarde estaba todo listo pero, oh sorpresa, Berrueta y la Mabel ya se habían retirado. ¡A las cinco! Después de cinco años escuchando que periodismo es una carrera sin horarios y que acostúmbrense a trabajar quince horas diarias y que la ley laboral no le importa a nadie. Pero el director y la secretaria de carrera trabajan como cinco diarias y organizan congresos de semiótica en las nubes en vez de darle una mano al esforzado tesista y avanzar juntos hacia un mundo mejor.

Así que mañana será el día. Hoy, para acostumbrarme a mi futura nueva condición, vi noticias y son cada vez más fomes. Y efectistas. Incluso las de acá. Carolina Jofré se congelaba a la entrada de la cárcel de Temuco para entrevistar a un seremi sobre "el caso emblemático, de la reforma procesal", lo que podría haberse grabado en el estudio a las siete de la tarde. Y todos tomarían once en sus casas y pasarían más tiempo con sus hijos o con quien sea. Mientras otros se van a las cinco. Y otros vagan porque les da lata conseguir trabajo.

Hay buenos blogs en blogspot. Quizás me quede acá por un tiempo. Hace bien cambiar de aire. Mañana debo hacer un powerpoint con letras voladoras y efectos bacanes. "Bacanes"!. No sé qué estoy tecleando, chao.

jueves, 14 de julio de 2005

Hoy anoté en mi palm mental una nueva razón para no querer ser periodista. Acabo de ver el reportaje de Informe Especial -modernilla y billgatesianamente rebautizado como IE- sobre los neonazis en Viña y otras partes. Peligroso. No sólo las conductas de los jóvenes admiradores de Adolf, sino el haber hecho el reportaje. Me imagino a los cabezas rapadas -no los que aceptaron dar entrevistas, por cierto- rondeando el edificio de Mauro Lombardi y esperando que salga distraído a comprar coca cola o cigarros una noche cualquiera para sacarle la cresta. Debe ser coolísimo y todo entrar con cámara oculta a un mall (¿cómo les habrá caído el asunto a la gente de seguridad de ahí?) y encarar al líder skinhead con más cara de cajero de banco pusilánime y mamón que he visto.

Lo que me aproblema es lo que puede causar ese material si es visto por cierto tipo de mentes. Me explico:

"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
¿viste Informe Especial?
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
que enfermos, la cagaron
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
ahora sí que da miedo andar de noche por las calles
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
porque ahora no sólo te pueden asaltar, sino que además te pueden moler a palos sólo por no verte como ellos
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
¿y a ti no te da miedo (hablando en serio)?
Jean Pierre dice:
me da miedo como me dan miedo los terremotos
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
harto absurda tu comparación
Jean Pierre dice:
por qué?
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
estás comparando un fenómeno natural con una tropa de idiotas inmaduros que se creen superiores al resto por nada
Jean Pierre dice:
y?
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
esto no merece el más mínimo análisis de mi parte
"... como flores que golpean su tumba." (C. Cornell) dice:
por ridículo

Plop.

He ahí el problema. La tele -más que los diarios o la radio- lleva tanto tiempo haciéndole creer a la gente que el terror está a la vuelta de la esquina que llega un punto en que se enredan las percepciones. No saben si tenerle miedo al cortador de pasto o a, digamos, Osama. Y cuando alguien es miedoso por naturaleza, los medios son el potenciador perfecto. O a lo mejor cualquier cosa puede llegar a ser el potenciador perfecto, no sé. Lo que sí sé es que no quiero formar parte de ese número del circo. No quiero contribuir a que la señora Juanita viva encerrada en su casa Serviu, ni a que la gente de mi edad viva en un sótano y se pierda de la mitad de las cosas que valen la pena, y sólo porque aprendieron que lo que sale en la tele existe y lo demás no. Lo que me falta descubrir es cómo aprendieron eso.