domingo, 27 de noviembre de 2005

Post feliz

Hoy debería hacer un post feliz. Como que después de la tormenta viene la calma and stuff. Como que nada es tan terrible, como que mi madre insistió tanto que acepté que me regalara un celular nuevo -no podía decirle que sí altiro. Cesante, pero digno-, como que el jueves fui a la casa de la Laura, a quien no veía hace tiempo, y lo pasé bien. Conocí a su esposo Galo, vimos Vincent y compartimos nuestra aversión hacia los psicólogos, entre otras cosas. Como que hay una nueva edición de disorder y hay textos míos. Uno firmado y otro que me dará pudor reconocer a los 40. Me tratan bien en la intro. Me tratan de "buen tipo". Quisiera creer que soy un buen tipo. Mis agradecimientos a Camilo por el hype.

Tengo nuevos contactos en msn (ya sé que suena mega-ñoño, pero prefiero entretenerme por msn que aburrirme en el mundo real. La declaración de principios esquizoide de la semana). Me van a prestar un cd player y espero que ése no me lo roben. Cuando sea millonario me compraré un iPod. Y andaré con mi iPod en el bolsillo derecho y mi cortaplumas en el izquierdo. Aunque no sirva de nada.

Hoy no necesito un plan maestro.

jueves, 24 de noviembre de 2005

En Temuco no pasa nada.

Me asaltaron. Por la mierda, me asaltaron.

Nunca me habían asaltado en 23 años de vida.

Lo más cerca de eso fue cuando tenía 14 y venía con Díllei (sí, el mismo del post anterior) caminando por Bulnes de vuelta del colegio, y unos tipos de nuestra misma edad pero del Lechuga se nos ponen por delante y "ya poh, unas moneas, ya ya, las parkas", pero nosotros, en un acto de valentía que hasta hoy nos sorprende, pasamos por el lado de ellos, corremos, cruzamos Rodríguez y tomamos la micro hasta nuestras casas para después reírnos del asunto. Aunque Díllei no se reía tanto. Hay ocasiones en las que uno tiene que adoptar el rol de valiente.

Pero lo de ayer fue distinto. A las ocho, ocho y media. En pleno San Martín, camino en dirección a mi casa, tal como cientos de veces. Alguien me agarra por atrás. Pienso que es un conocido haciéndome una mala broma, pero me doy cuenta que no al ver dos pendejos -porque más de dieciocho no tenían, las pequeñas escorias- delante mío, impidiéndome que escape. "Pasa la hueá", me grita el que me tiene agarrado, sacándome los audífonos de los oídos. Yo, el muy idiota, en una maniobra pseudo-instintodesupervivencia, me meto la mano en el bolsillo de la parka y desconecto los audífonos del cd player y le digo "ya, llévatelos". Eso parece que calentó más al flaite, porque me mete la mano en el bolsillo y me saca el cd player mientras los otros decían flashbackianamente "tenis monea" y uno de ellos pregunta por el celular. Y en una avenida habitualmente movida, justo en ese momento no pasa nadie. Ni una micro, ni una vieja, nada. El cielo estaba gris, como aguantándose la lluvia. Y yo me quedé ahí, parado como imbécil, sin reacción, mientras los pendejos de la concha de su madre se escapaban por un pasaje de la Millaray, felices, mirando sus nuevas adquisiciones.

Sin cd player y sin celular caminé como zombie hasta Andes. Y ahí fue cuando me tiré a la calle, sin que me importara el colectivo que venía doblando y que gastó su cuota de bocina mensual en mí. Y corrí todas esas cuadras hasta mi casa. En una pésima ironía, me encuentro con la reja cerrada con candado. Mi paranoica abuela, que cree que van a entrar ladrones con máscaras de Chino Ríos pistola en mano a robarse las tres cajas fuertes y los diez millones en joyas que hay en la casa. Con los nervios no puedo abrir el candado. Me empeloto, tiro la cadena a la puerta, cierro la reja con rabia, dejándola tiritona, entro a la casa, mi abuela alega algo, grito "para qué mierda cierras, son las ocho de la noche, las cosas pasan afuera, no adentro", alega más fuerte, grita, me callo para que no le dé un infarto y se muera y después sea culpa mía, entro a mi pieza, tiro la mochila y la parka contra la persiana, prendo la tele y dejo Los Simpson en volumen máximo. Como siempre, en esta casa no hay nadie. Nadie que me pueda ayudar. Me conecto a MSN. Me pongo de nick "me asaltaron". Me llegan quince ventanas. Respondo las de quienes me importan. Me sorprendo con la buena onda de gente que recién me viene conociendo o casi no me conoce. Alguien me sugiere que llame a los pacos. ¿Para qué? No voy a recuperar mis cosas, y a los pendejitos víctimas del capitalismo despiadado los van a mandar al hogarcito de menores, porque pobrecitos. Además los pacos son unos ineptos. De hecho, algunos sólo se diferencian de los flaites que me asaltaron por el uniforme y el ridículo gorro. Pero en fin, no es con ellos la cosa.

Qué rabia. Casi dos meses en Santiago, caminando todos los días a altas horas de la noche, y nunca me pasó nada. Y me vienen a asaltar en este pueblo de mierda al que volví porque, argh, me da lata. Me acuerdo de todas las veces que dije "pero si en Temuco nunca asaltan" o "asaltan sólo a la gente hueona". Bueno, y yo debo haber sido un poco imbécil de caminar por la Millaray en un día de lluvia y a una hora donde todo el mundo está encerrado en sus casas viendo la teleserie. Como sea. No es una excusa para dejar de salir y tratar de vivir. Anoche temía que me dé el síndrome de Marge Simpson. Como en ese capítulo cuando la asaltaban y después no quería salir de la casa y se ponía a entrenar y se volvía musculosa. Ahora tengo que ir a Entel a bloquear el celular. Pero me siento inseguro. No sé, esto debe ser lo que siente una mina católica perdiendo la virginidad. Ya nada es como antes, ya no debería caminar tan confiado por la calle, ya no debería pensar que todo el mundo es bienintencionado. Y empiezo con las recriminaciones idiotas del tipo "y si hubiera bajado por Andes en vez de por Porvenir?". "y si me hubiera quedado cinco minutos más haciendo mi experimento sociológico en el mall?", "y si de plano no hubiera salido a ningún lado?", "y si me hubiera vuelto en micro?". Es idiota, pero inevitable. Autoflagelación pura. La maldad es un virus, y si no se proyecta a otros, te la terminas proyectando a tí mismo. Y no sé cuál de las dos cosas es más insana.

miércoles, 23 de noviembre de 2005

It's evolution, baby

Muchos cercanos fueron a Pearl Jam y yo no. Me da rabia. Mañana veré ocho nicks de msn sacándole pica al resto y golpearé la mesa o algo. Estuve a punto de comprarme la entrada, como buen cesante mamón, con la CMR de mi madre. Pero este mes ha sido una seguidilla de confusiones. No es el momento para premiarme. Además, como que quiero creer que en alguna parte del camino se me quedó lo grunge. Es un poco vergonzoso: tengo amigos que creen que odiar el hip hop, Miranda, Mekano, el Texas, Lavín y todas esas cosas fáciles de odiar es tener "postura". Igual a mí me queda mi poster de carátulas de Nirvana en la pieza, mis discos de esa época -de los pocos originales que tengo- y la ira pasteurizada adolescente. Ser grunge es como tener Windows 98. Supongo que por alguna parte hay que conseguirse la actualización. O hacer de una vez el esfuerzo y comprarse el computador nuevo. Allá afuera el mundo avanza y rápido.

Hoy estuve con mi amigo Díllei. Díllei era un predicador de la música electrónica y los módems de 14.4 allá por 1997, mientras otros cantábamos Smells like teen spirit chamullando el inglés de la letra. A Díllei lo pateó su polola y me vino a decir que deberíamos salir el fin de semana, como antes. "Nada es como antes", le respondí. "Ademàs, ese antes es demasiado antes". Díllei es un nerd, como yo. No siempre tenemos tema de conversación. Es el único tipo que es mi amigo desde los cinco años. Su polola -ex, más bien- fue la primera de su vida. Y desde que lo patearon, presumo, ya no le encuentra la misma gracia a su camioneta o a su megacomputador.

- Ya te quiero ver a ti comprometido- me dijo.
- Yo cacho que antes voy a ser millonario -dije, o pensé, ya no me acuerdo.

Afuera, lluvia, lluvia y más lluvia. Cómo va uno a odiar a la primavera y a las parejas de la mano que toman helado si afuera parece Junio. Con Díllei quedamos de salir este sábado y "hay que socializar poh". ¿A qué edad los autistas se vuelven camaleones sociales, los perdedores se dejan empujar por su cohibido talento, los temerosos de Dios se reconcilian con sus perversiones y los winners de siempre se ponen guatones? El grunge nos habló mucho de la adolescencia pero no nos explicó nada de lo que venía después. Quizás por eso los sobrevivientes son una generación vacía. Quizás por eso los atinados que crecieron escuchando Backstreet Boys, Vengaboys o, qué se yo, Limp Bizkit, funcionan mejor y pasan mejor los cambios. Ya van en cuarta. Y uno, en primera tirando a retroceso. Pésima metàfora para alguien que no sabe manejar.

viernes, 18 de noviembre de 2005

Slacker

Tengo mucho tiempo libre y he leído más blogs de la cuenta. Me gustan, me gusta que todo el mundo tenga blog y ya no sea la rareza geek del mes. Leer blogs es como conocer gente en una junta en la casa de alguien, pero saltándose las partes fomes. Los anónimos son notables porque la gente escribe lo que no se atreve a decir en un almuerzo cualquiera. Yo no tengo nada de anónimo, aunque no deja de parecerme sospechosa la idea de la sobreexposición. Si llegara a ser famoso o algo así -qué demonios estoy escribiendo- no sé cómo lidiaría con eso. A lo mejor por eso tengo intolerancia al éxito y me escondo para que no me encuentre. El minuto megalómano.

Soy mejor consumidor que productor. Alguien dijo algo parecido, en un libro, no sé, no me acuerdo. Tengo destellos de producción, pero llegan a las tres de la mañana de un miércoles con sobredosis de coca cola y euforia posterior. Y así como llegan, se van. El resto del tiempo fisgoneo, miro, saco conclusiones rebuscadas, descubro patrones y me alegro, me salen cinco dudas de una y me frustro. Si hubiera sabido a los 18 lo que sé ahora. Me encontré a mí mismo pensando esa porquería de frase el otro día, arriba de una micro, subiendo una escalera mecánica hacia la nada como la de Springfield, tratando de subir el cerro y aburriéndome a la mitad o antes, da lo mismo dónde. Fue como un yunque etáreo. 70 años encima. De una. Y yo que critico al bueno de Shovete. Si de abuelos hablamos, estamos todos en la misma. Adolescentes renegados. Post-adolescentes, para hacerle más justicia al carnet de identidad. Ese que dice que ya no soy tan joven, pese a que mi cara de pendejo drogadicto sin drogas en la foto se presta para engaños. Me siento culpable de ser joven, de tenerle pánico al mercado laboral y disfrazarlo cínicamente de actitud antisistema, de haber desperdiciado el momento justo hace años y estar pagando las consecuencias ahora. Quiero comprarme camisas que no sean de empleado público, quiero aprender a ser responsable, o de transformar mi improductividad en productividad. Lo que me frena es simple: desconfío del tornado que me puede agarrar y llevar lejos, pero a un lejos que no es el que quiero. Y ya sabemos, a los tornados no se les pide por favor ni se les toca el timbre de la puerta de atrás. Te dejaron en Tanzania y no te diste cuenta hasta que ya se te olvidó el camino de regreso. Regresar, demonios, quién mierda quiere regresar, lo que queremos todos es estar en el 2020 y decir qué idiota fui el 2005, como no apuré las cosas, ahora todo es excelente pero podría serlo más aún. Es sólo ambición. De la buena. De la que no le quita nada a otro. De la que se retroalimenta de los otros. De los que valen la pena. De los que se miran y se sacan frases o gestos para anotarlos en la libreta de futuros personajes. O presentes personajes.

miércoles, 16 de noviembre de 2005

Quema tu calendario

Las mañanas son la mejor hora del día. La luz es rica, sientes que tienes todo el día por delante, en blanco, para ser llenado de éxitos. Parece que cuando chico lo pasaba bien en las mañanas. Andaba en bicicleta, acompañaba a alguien a comprar algo, qué sé yo. Pero algo tengo con las mañanas.

Pero hace como dos años que no me puedo despertar si no es muy cerca de la hora de almuerzo. A menos que tenga caña o algo muy importante que hacer. En el segundo caso, ando con cara de zombie todo el día, cabeceando en las micros, cerrando los ojos frente a cualquier persona. No sé cuándo empezó todo esto. Parece que se juntaron muchos factores: adicción a las noches en vela frente al computador, un pésimo horario universitario, pocas cosas que valgan la pena ejecutables antes de las dos de la tarde. Y ahora me resulta más fácil desayunar el almuerzo y ver cómo el día se pone de pie cuando quedan pocas horas de luz natural. Me crea la ilusión de que el día se pasa más rápido, el año se pasa más rápido, la vida se pasa más rápido, pum, tengo 60 y no me di cuenta, de haber sabido en mis años de juventud todo lo que sé ahora, carajo.

El otro día me propuse algo: agarrar un hacha y aniquilar el reloj biológico. Y olvidarme de la edad que tengo. El sábado jugué a tener 17 años, a proveerme para la noche en Edipra, a tratar mal a la cajera que le cobró luca de más a Nano, a saludar a los lolos conocidos que estaban en el local, a gritar en una pampa como en el video de 1979, a creerme en 1999, a ser buena onda, a no ponerme un cortafuegos delante de la nariz. Al otro día desperté tarde de nuevo. Me caí bien, aunque no resultó del todo. O sí, no sé. Me gustaría creer que el tiempo es relativo. Que el haberme esforzado por despertarme hoy a las 10, salir y encontrarme con lluvia no fue una casualidad. Recién fui a ver Sin City y me gustó porque, entre otras cosas, relativiza el concepto de muerte. Como que me sentí más vivo a la salida del cine. Con más -o menos, si hilamos más fino- tiempo por delante. Iba a hacer un post sobre eso, pero no pretendo ser comentarista de cine y sí necesito sacarme de la cabeza la psicosis del tiempo. Del calendario, de la edad. De los números, los malditos números. Ahora no sé qué hora es. Error: acabo de mirar hacia la esquina derecha del monitor. Es inevitable.

viernes, 11 de noviembre de 2005

Abrir historial

Messengereo.

Un ex compañero de carrera me ofrece la Diners sin costo de mantención. Le exijo que me lea la letra chica. Tengo que tener una línea de crédito en el Citi. Voy incorporando a mi universo conceptos nuevos como "línea de crédito". Me dice que la otra opción es sacar cuenta corriente. Me rehúso a hacerlo. La primera razón es obvia -no tengo un maldito ingreso- y la segunda obedece a mi afán de mantenerme fuera del sistema mientras pueda. Soy una postal. Pero una postal que quiere comprar por Amazon. Una postal snob que quiere suscribirse a revistas extranjeras ocupando LanBoxs ajenas. Prometo pensarlo.

Ñaño me dice que vayamos al mall mañana. Este pueblo está revolucionado. Me cruzo en una esquina con alguien indeseado y en vez de decirme "y cómo estái, estái trabajando", me dice "mañana se abre el mall". Ya, ya, si yo también voy a ir, especialmente si hay un Burger King. Pero guardemos las proporciones. Ir a mirar zapatillas que no puedo comprar no me parece -tan- divertido. Más divertido es mirar a la gente. Me gustan las aglomeraciones. Lo que no me gusta es ser parte de una aglomeración que va hacia ninguna parte. Con mi no-direccionalidad me basta.

Le comento a Shó que estoy viendo Pasiones y que "Pasiones es un espanto". Me pregunta que entonces por qué lo veo. Le digo que me da curiosidad lo que pasa por la cabeza de quienes ven -y van- a ese programa. "Yo sé lo que les pasa: nada", me contesta, contestatario, el único grunge que queda en el 2005. Pienso que puede tener algo de razón, pero sospecho de los oneliners. Son como el Paulo Coelho de las discusiones. El dogma, la pared de cemento que impide que pase una sola gota de aire. La verdad que te rescatará del abismo y te librará de la tentación de ver qué hay más adelante de tu nariz.

Con Felipe conversamos sobre blogs. Concluímos que hay muchos bloggers escribiendo lo que no pueden o no quieren vivir. Yo mismo preferiría contar carretes extremos y éxitos laborales en vez de esta lata. Pero hay una camada de gente -pendejos, en su mayoría- que tienen la inteligencia y los medios para vivir y para conectar -módem emocional- y no lo hacen. Yo soy un adicto a internet, me permite saciar mi ansia de info, comunicarme con quienes me importan y conseguir música y material audiovisual gratis, pero ¿de verdad alguien cree que es más entretenido mirar a un monitor -aunque sea LCD- que tirarse en el pasto, pasar a mojarse con una regadora, contarle algo a alguien y ver la cara que pone, enojarse, hacer gestos raros en medio de la calle, andar en bicicleta, lo que sea? Un buen blog puede producir el mismo efecto de una buena película o un buen libro. Uno malo pero entretenido hace que te quedes viéndolo con cara de idiota mientras comes popcorn.

Y no le quiero hacer daño a nadie. De hecho, me gustaría hacer lo que otros han hecho por mí. Los que hicieron que me gustara escribir. Quizás sea hora de terminar ciertas cosas inconclusas. Idiota: tienes miles. Pero por algo hay que empezar. Así que, por hoy, cerrar sesión.

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Messengereo.

Un ex compañero de carrera me ofrece la Diners sin costo de mantención. Le exijo que me lea la letra chica. Tengo que tener una línea de crédito en el Citi. Voy incorporando a mi universo conceptos nuevos como "línea de crédito". Me dice que la otra opción es sacar cuenta corriente. Me rehúso a hacerlo. La primera razón es obvia -no tengo un maldito ingreso- y la segunda obedece a mi afán de mantenerme fuera del sistema mientras pueda. Soy una postal. Pero una postal que quiere comprar por Amazon. Una postal snob que quiere suscribirse a revistas extranjeras ocupando LanBoxs ajenas. Prometo pensarlo.

Ñaño me dice que vayamos al mall mañana. Este pueblo está revolucionado. Me cruzo en una esquina con alguien indeseado y en vez de decirme "y cómo estái, estái trabajando", me dice "mañana se abre el mall". Ya, ya, si yo también voy a ir, especialmente si hay un Burger King. Pero guardemos las proporciones. Ir a mirar zapatillas que no puedo comprar no me parece -tan- divertido. Más divertido es mirar a la gente. Me gustan las aglomeraciones. Lo que no me gusta es ser parte de una aglomeración que va hacia ninguna parte. Con mi no-direccionalidad me basta.

Le comento a Shó que estoy viendo Pasiones y que "Pasiones es un espanto". Me pregunta que entonces por qué lo veo. Le digo que me da curiosidad lo que pasa por la cabeza de quienes ven -y van- a ese programa. "Yo sé lo que les pasa: nada", me contesta, contestatario, el único grunge que queda en el 2005. Pienso que puede tener algo de razón, pero sospecho de los oneliners. Son como el Paulo Coelho de las discusiones. El dogma, la pared de cemento que impide que pase una sola gota de aire. La verdad que te rescatará del abismo y te librará de la tentación de ver qué hay más adelante de tu nariz.

Con Felipe conversamos sobre blogs. Concluímos que hay muchos bloggers escribiendo lo que no pueden o no quieren vivir. Yo mismo preferiría contar carretes extremos y éxitos laborales en vez de esta lata. Pero hay una camada de gente -pendejos, en su mayoría- que tienen la inteligencia y los medios para vivir y para conectar -módem emocional- y no lo hacen. Yo soy un adicto a internet, me permite saciar mi ansia de info, comunicarme con quienes me importan y conseguir música y material audiovisual gratis, pero ¿de verdad alguien cree que es más entretenido mirar a un monitor -aunque sea LCD- que tirarse en el pasto, pasar a mojarse con una regadora, contarle algo a alguien y ver la cara que pone, enojarse, hacer gestos raros en medio de la calle, andar en bicicleta, lo que sea? Un buen blog puede producir el mismo efecto de una buena película o un buen libro. Uno malo pero entretenido hace que te quedes viéndolo con cara de idiota mientras comes popcorn.

Y no le quiero hacer daño a nadie. De hecho, me gustaría hacer lo que otros han hecho por mí. Los que hicieron que me gustara escribir. Quizás sea hora de terminar ciertas cosas inconclusas. Idiota: tienes miles. Pero por algo hay que empezar. Así que, por hoy, cerrar sesión.

domingo, 6 de noviembre de 2005

We shall go on playing, or find a new town

Cuando algo me gusta mucho y no tengo ningún matiz para explicarlo, digo que es "cool". Cuando algo me frikea o me sorprende, digo "freak". Sí, muy 1995. Debe tener alguna relación con mis 13 años mentales. Y con mi nula incapacidad de separar lo increíble de lo simplemente adecuado.

Tengo que definir estos últimos días y no sé cómo. Extraños, supongo. Ese es otro lugar común que uso para disimular mi desconexión con la capacidad comprensiva de la mayoría de la gente que conozco. "JP. me acabo de meter a un gimnasio" "Qué extraño". "JP, hay que comer tres veces al día" "Qué extraño". "JP, vamos a conocer el Ripley nuevo" "Qué extraño". Y así. Es una excelente respuesta para no herir susceptibilidades innecesariamente.

Como sea. Estos días han sido extraños. El viernes, como en los viejos y alocados tiempos de adolescencia (¿?), terminé carreteando con gente que conocí esa misma noche durante el cumpleaños de una amiga, y llamando por celular a tipos cuyo nombre no recuerdo para averiguar las direcciones en las que seguía la fiesta. Parece que llegué a un carrete de gente que estudiaba Agronomía, no estoy seguro, y que añora pueblos donde su tío es el sheriff natural y los pacos le tienen miedo, que discute sobre el enfermante tema de moda -la tensión Chile-Perú-, y donde el que no tiene el vaso constantemente lleno se arriesga a ser catalogado de "maricón". Cuando volví a mi casa, a lo único que atiné fue a prender el computador y conectarme a MSN. Muy lasoledaddeldosmilcinco.

Me he dedicado a ordenar el estante de mi pieza, a hojear Rolling Stones viejas compulsivamente, a revisar mi colección de VHS con cosas grabadas de la tele, a conseguirme una bicicleta en vano sin resultados (si alguien de Temuco aún me lee y tiene una bici que le dé lata ocupar, contact me). Cosas así. Todo lo que eché de menos en el octubre santiaguino. Da lata que lo que se echa de menos sean más cosas que personas. Extraño, supongo.

martes, 1 de noviembre de 2005

Por descarte

No hay que confiar en la gente. Punto. Ni siquiera en los que se supone que deberías. La gente más inesperada puede ser la que te acompañe hasta el día en que te desconecten del respirador artificial, y lo que te enseñaron en el colegio no era tan cierto. Sólo con porrazos uno puede darse cuenta de eso.

Hace menos de una hora le hablaba a una amiga sobre mi idea de que uno se hace amigo de la gente que tiene que estar ahí, y crea anticuerpos contra la otra. Aún cuando "la otra" sea la gente que te ha rodeado siempre, los que cayeron en tu historial de vida por causas más relacionadas con la compulsión por el orden que con "el destino". Hermandad cósmica, llamamos engrupidamente al fenómeno. No es nada que me conste, pero quiero creer que es así. Lo compruebo cuando converso con alguien que acabo de conocer y es como si nos viésemos hace años, o cuando me da dolor de guata ir a un asado o a un cumpleaños x sólo después de preguntar sobre la lista de asistentes. Son las intuiciones las que mandan aquí. A mí me dijeron cuando chico que no tenía que hacerle caso a mis intuiciones sino que "al método". En el colegio me hacían esos típicos programas diseñados por psicólogos de renombre mundial en que unes puntitos y creas figuritas e, inconscientemente, vas aprendiendo a seguir reglas, a controlar la impulsividad, a convertirte en un ser funcional al sistema, a condenarte en un cubículo y a controlar tu entusiasmo para no terminar como el gordito del comercial de Armonyl, o como el matón del curso, ese que hace quince años odiaste pero ahora le tienes un poco de pena, porque te diste cuenta que todo lo que hacía o dejaba de hacer no tenía que ver con otra cosa que no fueran sus frustraciones. Todos tenemos frustraciones y todos elegimos nuestra propia manera de canalizarlas. Algunos le pegan a la gente, otros se ponen un uniforme, otros hacen barricadas a la salida de la universidad, otros hacen sonar el motor del auto hasta volverlo insoportable, otros se pasan del cupo de la tarjeta de crédito, otros escriben, otros apretan los dientes y se aguantan.

En algún momento la programación debe haber salido bien y terminé creyendo que intuición era frustración. Ahora creo que estructuración lo es. Y es como esa gente que vive en círculos muy cerrados y conservadores y se da cuenta que las cosas son blanco y negro. O renuncia del todo, o se queda ahí, sobreadaptado. El tratamiento de shock es la única forma de que no queden rastros de la fase anterior. O sacas todas las minas antipersonales, o corres el riesgo de matarte por una que quedó ahí y no te diste cuenta. El desorden o el orden. La vida modelo o mi modelo de vida. Mutilar las convenciones o convencerse.

De todo eso me di cuenta este fin de semana. Viajé a Temuco el jueves, y el domingo me enteré de algo que me destruyó la guata y el ánimo. Algo que no fue culpa mía. Algo cuyo responsable tiene nombre, apellido y vinculación sanguínea conmigo. Algo que me dejó pésimo con alguien que me tendió una mano y que hace tambalear mis planes a futuro. Algo de lo cual, sí, ya, tengo un porcentaje de culpa. Por confiar. Por creer que esta vez sí podía tener una buena intención. Por darle una decimoquinta oportunidad a alguien que debí descartar desde el principio. Ahora, más que nunca, quiero retener cerca mío a la gente que me importa. Porque solo no funciono, aunque me quiera convencer de lo contrario. Tardes de melancolía barata en la capital me lo confirmaron. Y al resto, hacerle una raya encima del nombre y amuñar y lanzar al basurero la lista de la gente descartable. De la que hace daño. De la que te hace sentir aún más asco cuando descubres, en tu propia personalidad, rasgos suyos. Y que no son tan fáciles de botar a la basura.