martes, 31 de enero de 2006



Esta foto la saqué el domingo. Yo los mataría a todos. No, mentira: haría un videojuego que se trate de matar hippies, de cortarles el pelo con navaja, de destrozarles sus morrales o de obligarlos a usar poleras rosadas Polo y pantalones Dockers. O sea: de apretarles el botón del futuro y trasladarlos a cinco años plazo.

Hasta hace pocos días no podía escribir nada decente. Nunca puedo cuando estoy en ciertos estados mentales. Y ni hablar de leer. Ok, nunca he sido un gran lector. Ese es un mito que no sé quién creó. A lo mejor basta con comprarte dos libros al año y pedir prestados otros dos para que te cataloguen de "lector", o, peor aún, de "intelectual" (sí, una de mis hermanas alguna vez lo dijo. La cara de uf no se me quitó en una semana). Lo último que leí fueron diez páginas de El hombre que inventó Manhattan y la mitad de La melancólica muerte de chico ostra, todo en la Antártica. Si alguien me pasara las cuarenta lucas que necesito para comprármelos, se lo agradecería mucho y me las gastaría en cualquier otra cosa. Yo soy como Marlén Olivarí. Me preguntan qué leo y digo "todos los días el diario". Eso es cierto: los leo todos y compulsivamente.

Cuando veo la noticia de la señora Dina, la abuela abandonada, no puedo evitar recordar a la mía -que tiene la edad de Pinochet y ahora mismo goza su verano junto a sus adorados parientes de Osorno- y decir "y de qué chucha se queja esta vieja". A lo mejor la vieja de la tele les pegaba cuando chicos a los hijos y nadie dice eso. Siempre los hijos son los malos y los sádicos. Pero los padres son una carga. Y demasiado pesada. El mío me cagó con un cheque mientras estaba a 700 kilómetros de su cara, pero ahora se compró una parcela y tiene cara para invitarme. Ni genéticamente me sirvió. Al menos me podría haber heredado su caraderajismo, que demonios que me hace falta.

Me siento idiota por no haberme acreditado para Fito Páez en Pucón. Y me alegro que Franz Ferdinand vaya a Viña porque los veré por la tele. Y no entiendo que gente que tiene las facilidades económicas y geográficas para estar ahí, alegue. Idiotas. Si no les gusta el resto del menú, lleguen más tarde. Así de simple.

Hoy caminé dos horas. Luego me compré una ensalada césar en el Jumbo y me la comí.

Me afeité y me dijeron que represento dieciocho.

A falta de Sopranos, estoy viendo una teleserie mexicana de adolescentes que dan en el Mega como a las dos de la mañana. L.

Ayer aprendí a descapotar un jeep. Todo lo que usted debió haber aprendido en 1997.

En la calle hay mucha gente desconocida que te mira fijo. Cada vez que alguien lo hace, le digo HOLA y se frikea. Luego miro hacia atrás y cacho que él está haciendo lo mismo. En esta ciudad la gente no es amistosa. Cuando uno era chico, bastaba con decirle HOLA a alguien de tu misma edad y pum, amigos entrañables (ok, ok, eso lo dijeron en una sitcom, pero no me acuerdo cuál). Al rato le quitabas un juguete y se ponía a llorar y te sentías culpable y su mamá te retaba. Y todos aprendíamos la lección: no hay que confiar en la gente.

¿Hay una casta más detestable que los actores politiqueros que se apitutan? El joven chileno ya debería saber que, si no quedó en derecho o en la academia diplomática, teatro es la opción.

¿Hay algo más imbécil que la paridad hombres-mujeres en los ministerios? Si empezamos así, mañana hacemos paridad flacos-gordos, morenos-rubios, fumadores-nofumadores o cualquier cosa.

Ya, este blog es una mierda y como que no me importa.

martes, 24 de enero de 2006

blah

Este blog está en la UTI.

Es que dos años escribiendo cosas que a ti, querido lector, no te interesa saber, y en la mátrix, es harto.

Cuando nos acordábamos de Don Lalo y se me ocurrió googlear "don lalo temuco" y me encontré con mi viejo blog en 20sick, sospeché que algo andaba mal.

Nada es nuevo. Todo se repite y sientes que estás inmerso en un eterno deja vú. El pasado vuelve y cuando se aburre se va y luego vuelve cuando no le pediste que lo hiciera. Las cosas se te escapan de las manos y te llegan otras que no buscaste. Hay quienes dicen que tú puedes llegar a una meta x si pones tu mente en ese estado que te hace creer que nada más importa, que no hay desvíos en la carretera y el destino final es uno solo. Pero yo desconfío de lo lineal. Las líneas son demasiado cortas, insuficientes para ser entendidas como algo con principio y fin. No sé si me explico y no es mi intención que alguien piense "uf, el hueón metafísico". Sólo creo que una línea conforma cosas más complejas. Una nube es un conjunto de líneas, de las imaginarias que se pueden trazar desde una deformidad a otra, o las ínfimas que componen esa deformidad. Es como cuando le haces zoom a una foto hasta el máximo y ves sólo píxeles que no te dicen nada. Tienes que ver el millón de píxeles juntos, perdiéndose y deformándose unos a otros, para cachar qué es lo que hay. Esa es la única explicación que tengo para el asunto de por qué las cosas no pasan cuando comienzas a esperarlas y, a la inversa, las sorpresas se suceden. Y la conclusión es demoledora: hay que pensar en cualquier otra cosa para que pasen. La mente es tramposa porque no puede actuar de manera lineal, aunque los colegios y ciertas convenciones sociales la traten de forzar hacia allá. La mente toma una carretera y sabe que no basta con eso y empieza a torpedearse sola. Y lo único que tienes que hacer es sobrevolar todas las carreteras. Sólo así puedes llegar a algo parecido a un destino. Sólo así conocerás rutas nuevas. O volverás a la única que importaba. ¿Tenías un propósito? Desiste un rato. ¿Te importaba algo o alguien? Reemplaza. ¿No puedes hacer algo? Deja de hacerlo y retoma más rato. Lo contrario es hacerse zancadillas a uno mismo. Lo sano es confiar en que lo que tiene que volver, volverá. Lo nuevo que se tenga que quedar: lo mismo. Y te hará olvidar lo que se fue. Y por eso encuentras cosas tuyas googleando. Por eso estás escribiendo acá cuando, por razones que son un poco vergonzantes, hace dos semanas analizaste la posibilidad de no volver a hacerlo. Porque la mente siempre sabe el camino a casa.

lunes, 9 de enero de 2006

Wave of mutilation

Anoche me las di de escritor y escribí y escribí e incluso escribí mails que no voy a mandar y me bajé una botella entera de cola de mono porque no sólo creo que el año nuevo no ha terminado sino porque me creo Bukowski o algo peor cuando es domingo en la noche y estoy lateado. Inventé un alter ego y hoy subí el cerro para recrear una escena que se me ocurrió ayer. Miré las cuadras ordenadas del centro de Temuco, tiré un paquete vacío de papas Lays al aire, escribí tres frases en mi cuaderno y bajé, preocupado porque podía empezar a llover en cualquier minuto. Yo antes creía en dios e iba a la gruta de la virgen que está en la entrada alternativa al cerro -que es la que me gusta a mí porque en la otra hay que pagar y el sendero es feo- a pedir cosas. Unas se hicieron realidad, otras no. Yo antes creía en que había otra vida después de ésta y eso es bastante peligroso porque uno puede llegar al deplorable extremo de pensar que no importa tanto si desperdicias tus días porque total, tienes la eternidad para tirártelas encima de una nube. Y no necesitas coca cola ni ninguno de esos placeres de la vida.

Bajé corriendo hasta Caupolicán y llegué caminando al centro. Terminé metido en medio de un show de la campaña del candidato Sebastián Piñera, que era como ver Mekano. Me gustan las aglomeraciones. Habría ido a la Love Parade de haber estado en Santiago. La gente apretuja y de las ventanas de los edificios se asoman a mirar y parece que nadie tuviera nada importante que hacer. El show era derechamente una mierda. Bailaban axé con esos hits de hace cuatro veranos y la gente saltaba e incluso tomaba fotos con sus celulares. Yo miraba las caras, nomás. De hecho, era el único que miraba hacia atrás cuando todos lo hacían hacia adelante, donde estaba el escenario. Al minuto en que me empecé a encontrar con gente conocida, entendí que era la hora de largarme.

Temuco no apesta tanto, pensé mientras caminaba por San Martín en vez de por la Avenida Alemania, como de costumbre. Temuco es querible. Ok, ok, fue un lapsus. Pero lo pensé. Es que hay muchos lugares donde pasé y casi como que me sentí en la última parte de Before Sunrise, pero sin romance y con más madera y más nubes. Recuerdos idiotas, recuerdos de hace muchos años o de ahora. Si uno es lo que vivió cuando chico, demonios, estoy condenado, esta ciudad me define. Creo que nunca voy a estar del todo desunido a ella. Quizás me vuelva a los 50. Es eso o la cabaña en las colinas. Va a llegar un momento de la vida en que querré recuperar todo lo perdido y lo pendiente, y me imagino que es más saludable que sea cuando viejo. No sé. Debería hablarlo con alguien viejo. O creerlo a ciegas, nomás. Ese será el momento en el que no odiaré andar saludando ni me sacaré la cresta por bajar corriendo del cerro. Ese será el momento del té en la mañana, el diario, la asomada al balcón, la mirada hacia atrás y la toma de razón de que estoy con alguien que quiero, de que lo hice bien, de que salí ileso. Ahora, no puedo decir ni eso ni todo lo contrario. Y ya es hora. Mañana me voy a Licán y no sé cuándo vuelvo. Chao.