lunes, 1 de agosto de 2005

Por primera vez creo que queda poco. Por primera vez es más que un intento autoconvincente de meter en la papelera de reciclaje mi propia loserness y olvidarme de borrarla para siempre. Por primera vez me duele el corazón, o el pulmón izquierdo, o el colon; en realidad no sé bien qué es lo que me duele, pero algo me duele y es un dolor rico. Salvo por ese maldito componente de ansiedad que, como siempre, lo arruina todo.

El 5 -es decir, en cuatro días más- doy mi examen de grado. A partir de ese momento, debería sentirme libre. Con todo lo que eso implica. Ser libre es un poder mutante que me hará capaz de agarrar la Torre Entel, sacarla de raíz y darle torreazos al destino, al miedo, a los malos recuerdos, a la inseguridad, a la gente que me dijo que me dejara de ver tele o de escribir tonteras, que me sentara derecho y me aprendiera a hacer de una vez por todas el nudo de la corbata. Que me dejara de huevear y pensara en el futuro. Que entendiera que el destino es algo que no se puede torcer.

Pero como todo poder, conlleva un yunque que tengo que aprender a cargar. Grandes poderes, grandes responsabilidades. Olvidarme de los malos asados, del deber ser, de las siete de la mañana masticando chocapic y ahorcándome con el nudo de la corbata, de que todo tiene que encajar en una planilla Excel (sí, estoy obsesionado con esa metáfora y qué), de sonrojarme tras leer lo que escribí la semana pasada o hace un mes o hace un año. De echarle la culpa al resto o "al sistema". Entender que el sistema puede ser mutado o inclinado a mi favor. No tenerle miedo a que las cosas se den a mi favor. Dejar de hacerme zancadillas solo, de ser el peor enemigo de mí mismo.

Hoy dediqué gran parte de la tarde a recorrer minuciosamente el cuerpo F de El Mercurio. Todo se ve muy barato y a la vez muy sospechoso. Pero el entrenamiento zen debería comenzar a dar efecto. Pasé un primer semestre abstemio de comida chatarra, acostumbrado a caminar distancias largas, probando qué se siente prescindir. De personas y de cosas. Haciendo una tesis que en no pocos momentos sentí interminable. Pero todo eso se acabó y es hora de dar el gran salto. No tengo una sola atadura. Ni siquiera siento el pudor que podría -debería?- estar sintiendo al escribir todo esto. Comienzo a encontrarle sentido a los entrenamientos militares. Pasar por lo peor te hace salir fortalecido. Ok, antes de empezar a citar a Nietzche (no me interesa como se escriba!) cierro esta porquería por hoy. Chao.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quedé pensando después de leer este post. Se supone que el próximo año estaré en la misma etapa traumática de defender la tesis delante de vejestorios que te miran desde sus sillones, como seres supremos. En fin, como dicen por ahí: "es dura la vida del estudiante".

Saludos y bienvenido a Santiago.

Anónimo dijo...

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