jueves, 2 de diciembre de 2004

9:50 AM.



- Pequeño Jotapé, ¿qué tienes para hoy?

- Ehh... nada, Checho. Por si no lo notaste, vengo recién llegando.

- Cincuenta minutos tarde... Oye, es que cachái que Claudio no va a venir hoy. Está enfermo y tiene que ir a tratarse a Valdivia con la polola y subirse a esos barcos para desestresarse, poh.

- Ya sé lo que eso significa.

- Sí. Putalahueá. ¿Por qué no vai a la conferencia de Podemos, después a la intendencia donde unos mapuches alegarán por algo, luego al Sernam a preguntarle a Janéte por mi tema favorito y de ahí a...



Ok. Así empezó mi día. "Haz cuatro notas dentro de la mañana", fue lo último que le oí a Checho, mientras se alejaba por el túnel que da a la calle al tiempo que hablaba por celular y subía las piernas para bajarse los pantalones y ocultar sus feos calcetines blancos. Mi instinto animal de supervivencia se activó y decidí que debía ser más winner que él. Más winner que yo. Hice todas mis notitis y hasta me quedó tiempo para conversar con César, el teletrece-boy que, pese a todo, está más delvalliano que nunca. Pelamos a nuestros respectivos canales y nos compramos un ordinario helado de cien de esos que venden en la plaza.



No entiendo cierta obsesión con el tema de las mujeres golpeadas. Creo que a Checho le pegaban cuando chico. Eso explicaría alrededor de dieciséis cosas que no entiendo acerca de él. Me dijo que fuera al sernam y preguntara lo de siempre para que la mina me respondiera lo de siempre. A la entrada, una viejecita conversaba con una mina joven con pinta de secretaria. "Los niños de ahora no saben quién es la mamá, si la nana que les da las comidas, o la señora que llega en la noche con los remedios", le decía. La otra sólo atinaba a reír y me miraba cómplice. Asumo que por culpa de viejas taradas como ésa es que existen cosas como el Sernam. Y por tipos como Checho existen cosas como el Injuv. El aparato estatal no es grande, es enorme. Comienzo a encontrarle razón a Alvaro Bardón. Hay que achicar esto como sea. Ya no puedo aprender más siglas ni nombres de tipos bigotudos de terno color diarrea que no conocen la diferencia entre un PC y un Mac.



En la tarde me mandaron -tarán- a mi ex colegio. Esta vez no me pude correr. La benemérita universidad que nos cobija tenía su gala de fin de año en la capilla y, obvio, esa era LA noticia del día y debía ser cubierta. Al principio nada fue tan malo porque conocí a las jóvenes integrantes de algo llamado Proyecto Orbita y conversamos mucho rato al punto que Lucho comenzó a mirarme feo y a hacerme gestos y les prometí pasarles el video y cubrir sus próximas presentaciones. Soy tan loser. Dentro de la capilla estaban los curas y me hice el tonto para no saludarlos. Justo apareció Miriam y me salvó llevándome hacia el ala izquierda, donde estaba la conchesumadre de la Tía Moni, mi profesora de castellano, quien me saludó cariñosamente. Cuando tenía 17 mi tercera razón para algún día publicar un libro era para que ella, que me ponía puros cuatros y me decía que "nunca llegarás a ningún lado con esa apatía" explotara de la rabia y se descompusiera dentro de su horrendo trajecito azul.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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