"Dealer" me gritó el repetitivo Ñaño desde el segundo piso, cuando iba llegando al edificio. Ahí caché que no estaba tan perdido con la dirección ni con mis expectativas sobre la reunión. Ñaño me dice "dealer" porque una vez yo lo traté de eso, en alusión a su afán de traficar con algo que no tiene nada que ver con sustancias ilegales, y que no mencionaré para cuidar su ya confusa imagen pública. Siempre le digo una frase y al día siguiente me la está diciendo de vuelta. Es un tipo extraño, como todos los que estuvieron en esa oficina hoy en la mañana. Dentro de todo, me caen bien. Son más o menos amigos míos desde hace tiempo y no sé si convenga mezclar amistad y trabajo. Aunque no sé qué tanta amistad y qué tanto trabajo es.
Gabito quiere hacer una película y me pide ideas mientras tomamos café en su oficina, miramos por la ventana hacia la plaza de los milicos y nos creemos creativos. Pienso en mis amigos frics que dan para mil películas, en mi madre y en mi abuela, en conversaciones que he tenido con mi novia que amo como a nadie y en los diálogos imaginarios que empiezo a armar cuando nos quedamos callados. Pero decido no ser tan impúdico y le tiro a Gabo una idea que se fue configurando entre todos: una road movie por toda la novenaregión con dos adolescentes. Pero terminó convirtiéndose en una fuga a causa de un atropello y en uno de cuatro plots que armamos, unos más endebles que otros. A mí me gusta el cine. Pero soy mejor viéndolo que analizándolo. Por eso me rehusé a hacer el electivo de cine en la universidad, a leer manuales para guionistas y páginas del tipo civilcinema. A lo más consumo trivia. Pero para mí una peli es un puente emocional entre el que la hace y el que la ve. Lo demás, no es que esté de más, pero son los palos en los que afirmas lo que realmente importa. Yo quiero hacer algo que conmueva a alguien, sea película, libro, sitcom, un post acá, un mail. Y me gusta la idea romántica y pendeja de que no se necesita tanta técnica como alma. O sea, puedo pagarle al iluminador para que ponga la técnica mientras yo me preocupo del alma. Sí, ok, muy patrón de fundo de mi parte, pero siento que así funciona. Sin recetas.
Mientras veía a Gabito hacer círculos en la pizarra blanca explicándome algo que le debe haber enseñado en Guión I algún académico que en su vida hizo un guión, trataba de pensar qué es lo que hace que alguien quiera hacer una película -o contar una historia, para ser más general-. Haber egresado de Comunicación Audiovisual y tener cierto respaldo económico no basta. Este blog es autobiográfico y casi todo lo que escribo lo es. Y cuando trato de hacer algo desprendido, según yo, no me sale. No sale si no hay apego emocional. De hecho, nada sale si no hay apego emocional. Eso es algo que le deberían enseñar a todo el mundo, desde primero básico. Y se me ocurre que no se hace porque los psiquiatras y las farmacéuticas tendrían menos clientes. O habría más gente imaginando cosas y menos obedeciendo. Como que hay gente a la que no le conviene que el mundo mejore por medio de la salud mental. Muy de paranoia conspirativa.
Yo, por eso, cuando no tengo nada que decir, opto por quedarme callado. O me dedico a vivir un buen rato para contarlo después, cuando me retornen las ganas de encerrarme. Por ahora, cumplo con tratar de configurar ideas decentes para el proyecto de mi amigo y me pregunto cómo se hace una peli de bajo presupuesto en regiones. ¿Hay que mostrar mapuches? Gabo me consiguió una montonera de fotocopias con mitos de Oreste Plath, esa onda. Y creo que se me quedó en la ofi.
miércoles, 29 de marzo de 2006
lunes, 20 de marzo de 2006
First year
Hay un momento en la vida de uno en que sale más a cuenta vivir que escribir. Se exorciza más de la primera forma. Se protagoniza la película en vez de hablar de ella. Se estudia la posibilidad de influir concretamente en el mundo, de cambiar pequeñas cosas que deriven en otras no tan pequeñas, y de paso se borra el límite entre las dos categorías. Hasta el punto que dé lo mismo. Estoy pegado con la idea de que los límites hay que romperlos. Para volverlos a definir después. A veces estoy pegado en el techo o en el cabello de alguien que no soy yo, pensando en esas pelotudeces, y cuando me preguntan "en qué estás pensando", no puedo responder bien. Ayer caché que me es más fácil escribir que hablar, de hecho.
Hoy fui a la reunión de un diario electrónico en el que colaboraré con artículos de cine. Soy el único titulado ahí y eso se siente extraño, pero necesito no parar de escribir cosas y, claro, ir a ver pelis gratis. Es rarísimo ir a la universidad de la que egresaste y cachar que hay pendejos más perdidos que tú deambulando por esos pasillos o tirados en esos pastos inundados de olor a yerba de la mala. Es una mezcla entre impulso Columbine y ganas de tratar de salvarlos, en un instinto casi paternal. De hacer que no pasen por lo que pasó uno. De que no crean en todo lo que les dicen. Que cuestionen, que peguen patadas, que entren sin golpear en vez de pedir tanto permiso. Que quiebren huevos. Todas esas cosas que no salen ni en los reglamentos ni en los fanzines engrupidos, que nadie te dice en las bienvenidas mechonas.
Ahora es tiempo de hacer otras cosas. Quizás soy un poco barsa teniendo arrebatos mesiánicos con tipos que ni conozco, con tipos con los que me crucè y que no tienen menos de cinco años que yo. Pero es que tampoco saco nada comentándolo mientras tomo leche con chocolate arranado en la mesa de la cocina. Me falta aprender mil cosas y mandar a Lacuna Inc. otras mil. Es hora de actuar. De cachar que el camino hacia lo inevitable no se hace solo, pero sí es responsabilidad de uno y de nadie más. Ya son demasiadas señales, demasiados angels undercover empujándome.
Siempre quise tener un hermano menor. Desde chico. Aunque, claro, ahora es más bien tiempo de tener un hijo o algo más acorde a mi edad.
Hoy fui a la reunión de un diario electrónico en el que colaboraré con artículos de cine. Soy el único titulado ahí y eso se siente extraño, pero necesito no parar de escribir cosas y, claro, ir a ver pelis gratis. Es rarísimo ir a la universidad de la que egresaste y cachar que hay pendejos más perdidos que tú deambulando por esos pasillos o tirados en esos pastos inundados de olor a yerba de la mala. Es una mezcla entre impulso Columbine y ganas de tratar de salvarlos, en un instinto casi paternal. De hacer que no pasen por lo que pasó uno. De que no crean en todo lo que les dicen. Que cuestionen, que peguen patadas, que entren sin golpear en vez de pedir tanto permiso. Que quiebren huevos. Todas esas cosas que no salen ni en los reglamentos ni en los fanzines engrupidos, que nadie te dice en las bienvenidas mechonas.
Ahora es tiempo de hacer otras cosas. Quizás soy un poco barsa teniendo arrebatos mesiánicos con tipos que ni conozco, con tipos con los que me crucè y que no tienen menos de cinco años que yo. Pero es que tampoco saco nada comentándolo mientras tomo leche con chocolate arranado en la mesa de la cocina. Me falta aprender mil cosas y mandar a Lacuna Inc. otras mil. Es hora de actuar. De cachar que el camino hacia lo inevitable no se hace solo, pero sí es responsabilidad de uno y de nadie más. Ya son demasiadas señales, demasiados angels undercover empujándome.
Siempre quise tener un hermano menor. Desde chico. Aunque, claro, ahora es más bien tiempo de tener un hijo o algo más acorde a mi edad.
sábado, 11 de marzo de 2006
Strange fascination, fascinating me
Yo no soy un tipo sociable. Eso ya lo sabe el lector promedio. O sea, soy bipolar y puedo serlo en exceso en ciertos días, pero no es lo usual. Me cuesta derribar los muros entre la gente y yo. Y miro y analizo y cacho los movimientos y los gestos y ese concepto tan rebuscado que es "las visiones de mundo" y de repente meto la cuchara y digo alguna tontera y, según la agudeza o la neurosis de quien esté al lado mío, resultan graciosas o no.
No sé bien cómo lo hace la gente para tener puntos de conexión cerebral (para no decir "intelectual") de forma más o menos rápida. Yo necesito saber bien a quién tengo al frente. Y cuando lo sé bien, hay dos opciones: o alucino y dejo que esa alucinación crezca naturalmente con el pasar de los días, o me lateo y hago mi rápida y silenciosa desaparición. Obvio que los segundos son los casos más recurrentes. En esos casos, efectivamente, no hay nada más que descubrir ni que aprender. En los otros, basta con que te cuenten una anécdota nerd de infancia o lo que pasó en el día o te digan una palabra mal dicha pero que suena divertida o abran los ojos de una manera especial cuando hablan de otro alguien que los conmueve, para seguirse sorprendiendo después de semanas. Para estar seguro que, si la alucinación deja de ser desbordada y teenager y comienza a tomar algo así como un cauce, nunca desaparecerá del todo. Supongo que eso es lo que algunos llaman "conexión". Échale la culpa a los químicos. Hay preguntas que no sé responder. Y que quiero responderlas con todas las ganas del mundo, pero las palabras me quedan chicas. Es ahí cuando me queda claro que hay cosas más grandes que un idioma o una ciudad. Tan grandes que asustan. Pero, por lo mismo, son un monte que no puedes dejar de escalar. Un monte sin cima, sin bandera de ningún país que clavar. Un monte en el que podrías estar el resto de tu vida sin pensar en el frío, en que se echó a perder la brújula o en cuántas provisiones te quedan. Ahora entiendo a los tipos que subieron el Everest. Antes los encontraba un poco trastornados. Bueno, todavía un poco, pero presiento que después de eso, volverán a su país, a su casa, a mirar por el balcón y a sentir que hay alguien al lado, y mucha gente detrás pero que no importa tanto. Son testigos, como los que ven en la tele a esos deportistas enajenados en busca de algo que sea más grande que ellos. Pero a veces no hay ni que buscar. Hay que abrir puertas y ventanas, eso sí. Pero el destino se las arregla para que el aire entre solo. Y ahí, tirado en un sofá, te das cuenta que todas las arrancadas anteriores valieron la pena, porque ahora estás donde tienes que estar.
No sé bien cómo lo hace la gente para tener puntos de conexión cerebral (para no decir "intelectual") de forma más o menos rápida. Yo necesito saber bien a quién tengo al frente. Y cuando lo sé bien, hay dos opciones: o alucino y dejo que esa alucinación crezca naturalmente con el pasar de los días, o me lateo y hago mi rápida y silenciosa desaparición. Obvio que los segundos son los casos más recurrentes. En esos casos, efectivamente, no hay nada más que descubrir ni que aprender. En los otros, basta con que te cuenten una anécdota nerd de infancia o lo que pasó en el día o te digan una palabra mal dicha pero que suena divertida o abran los ojos de una manera especial cuando hablan de otro alguien que los conmueve, para seguirse sorprendiendo después de semanas. Para estar seguro que, si la alucinación deja de ser desbordada y teenager y comienza a tomar algo así como un cauce, nunca desaparecerá del todo. Supongo que eso es lo que algunos llaman "conexión". Échale la culpa a los químicos. Hay preguntas que no sé responder. Y que quiero responderlas con todas las ganas del mundo, pero las palabras me quedan chicas. Es ahí cuando me queda claro que hay cosas más grandes que un idioma o una ciudad. Tan grandes que asustan. Pero, por lo mismo, son un monte que no puedes dejar de escalar. Un monte sin cima, sin bandera de ningún país que clavar. Un monte en el que podrías estar el resto de tu vida sin pensar en el frío, en que se echó a perder la brújula o en cuántas provisiones te quedan. Ahora entiendo a los tipos que subieron el Everest. Antes los encontraba un poco trastornados. Bueno, todavía un poco, pero presiento que después de eso, volverán a su país, a su casa, a mirar por el balcón y a sentir que hay alguien al lado, y mucha gente detrás pero que no importa tanto. Son testigos, como los que ven en la tele a esos deportistas enajenados en busca de algo que sea más grande que ellos. Pero a veces no hay ni que buscar. Hay que abrir puertas y ventanas, eso sí. Pero el destino se las arregla para que el aire entre solo. Y ahí, tirado en un sofá, te das cuenta que todas las arrancadas anteriores valieron la pena, porque ahora estás donde tienes que estar.
viernes, 3 de marzo de 2006
Acaso el rock te va a hacer surgir? *
Hoy con Laura vimos Groundhog Day, una de mis pelis de cabecera. Me gusta. Es una peli matemática, Bill Murray me cae bien y porque, en algunas lagunas que son más bien mares mediterráneos, mis días han sido así. Todos iguales. Un montón de fotocopias saliendo de la copiadora. Con más o menos tinta, con manchones, unas más blancas que otras. Siempre tratando de mejorar la escena clave, como un esforzado aspirante a Kevin Williamson o Josh Schwartz (si no sabe quiénes son, usted no es un adolescente alienado por la tele), siempre corriendo el riesgo de que quede insípida e incapaz de conmover a nadie, de tan perfecta que es.
Nunca pude ser perfecto. Nunca doblé la ropa como mi madre esperaba, hasta el día de hoy no me sé hacer el nudo de la corbata y creo que tampoco me abrocho bien las zapatillas. Se me desabrochan a cada rato y tengo que pedir a la mitad de la cuadra que me esperen para agacharme y arreglar el asunto.
Una vez traté, como a los 11. Fui ordenado, educado con mi abuela, me comí mis verduras, llegué al colegio a la hora y me lavaba los dientes uno por uno, como dice el dentista. Lo hice por varios días. Semanas, quizàs. Se me armaron como grietas en el carácter y por ahí empezó a salir el caos hasta que lo cubrió todo y probablemente tiré una chaqueta de colegio lejos y me prometí no volver a ser más así. Escapé de los días iguales y los cambié haciendo cualquier tontera. Mi teoría es que, efectivamente, eso es el rock. El rock es dejar las matemáticas en el lugar que les corresponde. Es respetar a la víscera. Es querer lo que hay pero no encontrarlo suficiente. De acuerdo a eso, el rock es más maduro que inmaduro. Aunque los rockeros viejos sean los más falsos del mundo. O, claro, eso es lo que digo ahora.
* Premio a la mejor frase del día y, probablemente, del mes. Se la dijo la mamá de Pancho a Pancho y él la citó hoy. Pancho no tiene blog. Blame the dark side.
Nunca pude ser perfecto. Nunca doblé la ropa como mi madre esperaba, hasta el día de hoy no me sé hacer el nudo de la corbata y creo que tampoco me abrocho bien las zapatillas. Se me desabrochan a cada rato y tengo que pedir a la mitad de la cuadra que me esperen para agacharme y arreglar el asunto.
Una vez traté, como a los 11. Fui ordenado, educado con mi abuela, me comí mis verduras, llegué al colegio a la hora y me lavaba los dientes uno por uno, como dice el dentista. Lo hice por varios días. Semanas, quizàs. Se me armaron como grietas en el carácter y por ahí empezó a salir el caos hasta que lo cubrió todo y probablemente tiré una chaqueta de colegio lejos y me prometí no volver a ser más así. Escapé de los días iguales y los cambié haciendo cualquier tontera. Mi teoría es que, efectivamente, eso es el rock. El rock es dejar las matemáticas en el lugar que les corresponde. Es respetar a la víscera. Es querer lo que hay pero no encontrarlo suficiente. De acuerdo a eso, el rock es más maduro que inmaduro. Aunque los rockeros viejos sean los más falsos del mundo. O, claro, eso es lo que digo ahora.
* Premio a la mejor frase del día y, probablemente, del mes. Se la dijo la mamá de Pancho a Pancho y él la citó hoy. Pancho no tiene blog. Blame the dark side.
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