
Esta foto la saqué el domingo. Yo los mataría a todos. No, mentira: haría un videojuego que se trate de matar hippies, de cortarles el pelo con navaja, de destrozarles sus morrales o de obligarlos a usar poleras rosadas Polo y pantalones Dockers. O sea: de apretarles el botón del futuro y trasladarlos a cinco años plazo.
Hasta hace pocos días no podía escribir nada decente. Nunca puedo cuando estoy en ciertos estados mentales. Y ni hablar de leer. Ok, nunca he sido un gran lector. Ese es un mito que no sé quién creó. A lo mejor basta con comprarte dos libros al año y pedir prestados otros dos para que te cataloguen de "lector", o, peor aún, de "intelectual" (sí, una de mis hermanas alguna vez lo dijo. La cara de uf no se me quitó en una semana). Lo último que leí fueron diez páginas de El hombre que inventó Manhattan y la mitad de La melancólica muerte de chico ostra, todo en la Antártica. Si alguien me pasara las cuarenta lucas que necesito para comprármelos, se lo agradecería mucho y me las gastaría en cualquier otra cosa. Yo soy como Marlén Olivarí. Me preguntan qué leo y digo "todos los días el diario". Eso es cierto: los leo todos y compulsivamente.
Cuando veo la noticia de la señora Dina, la abuela abandonada, no puedo evitar recordar a la mía -que tiene la edad de Pinochet y ahora mismo goza su verano junto a sus adorados parientes de Osorno- y decir "y de qué chucha se queja esta vieja". A lo mejor la vieja de la tele les pegaba cuando chicos a los hijos y nadie dice eso. Siempre los hijos son los malos y los sádicos. Pero los padres son una carga. Y demasiado pesada. El mío me cagó con un cheque mientras estaba a 700 kilómetros de su cara, pero ahora se compró una parcela y tiene cara para invitarme. Ni genéticamente me sirvió. Al menos me podría haber heredado su caraderajismo, que demonios que me hace falta.
Me siento idiota por no haberme acreditado para Fito Páez en Pucón. Y me alegro que Franz Ferdinand vaya a Viña porque los veré por la tele. Y no entiendo que gente que tiene las facilidades económicas y geográficas para estar ahí, alegue. Idiotas. Si no les gusta el resto del menú, lleguen más tarde. Así de simple.
Hoy caminé dos horas. Luego me compré una ensalada césar en el Jumbo y me la comí.
Me afeité y me dijeron que represento dieciocho.
A falta de Sopranos, estoy viendo una teleserie mexicana de adolescentes que dan en el Mega como a las dos de la mañana. L.
Ayer aprendí a descapotar un jeep. Todo lo que usted debió haber aprendido en 1997.
En la calle hay mucha gente desconocida que te mira fijo. Cada vez que alguien lo hace, le digo HOLA y se frikea. Luego miro hacia atrás y cacho que él está haciendo lo mismo. En esta ciudad la gente no es amistosa. Cuando uno era chico, bastaba con decirle HOLA a alguien de tu misma edad y pum, amigos entrañables (ok, ok, eso lo dijeron en una sitcom, pero no me acuerdo cuál). Al rato le quitabas un juguete y se ponía a llorar y te sentías culpable y su mamá te retaba. Y todos aprendíamos la lección: no hay que confiar en la gente.
¿Hay una casta más detestable que los actores politiqueros que se apitutan? El joven chileno ya debería saber que, si no quedó en derecho o en la academia diplomática, teatro es la opción.
¿Hay algo más imbécil que la paridad hombres-mujeres en los ministerios? Si empezamos así, mañana hacemos paridad flacos-gordos, morenos-rubios, fumadores-nofumadores o cualquier cosa.
Ya, este blog es una mierda y como que no me importa.