Escribo, sin apretar save, en un computador que puede cortarse en cualquier momento a causa de un adaptador de corriente made in China que no está a la altura de las circunstancias. Podría -quizás, debería- escribir más seguido, aunque sean random thoughts en TextEdit cuya publicación en un blog sea equivalente a salir a la calle en zunga, pero la paja y el escaso talento de mi mente para discriminar lo pasajero y conservar lo demás prevalecen. Mientras veo una serie o voy en micro camino hacia ninguna parte, aparecen buenas ideas, grandes pensamientos y bien armados fragmentos de la novela que nunca escribiré. No anoto nada de eso y al segundo se pierden, como un globo de diálogo de comic pinchado con una aguja. Mil veces he tratado snobmente de comprarme una libretita o un moleskine que me saque de esos apuros, pero luego recuerdo lo mucho que me desagrada ser un proto-ekeko cuando camino. Ya la parka, las llaves, el iPod y el celular son demasiado implemento para salir a enfrentar el mundo real. Me gusta la frescura y es por eso que no hay nada como el verano: no necesitas nada más que una polera, un short y una actitud de comercial de helado para estar en cualquier lugar. Despiertas, saltas sacudiéndote las sábanas cual comercial de yoghurt y listo: mundo con 25 grados, qué diablos tienes para ofrecerme hoy.
Estoy pensando en largarme. Estoy pensando que llevo cuatro años escribiendo y diciendo que estoy pensando en largarme. Estoy pensando que esto podría haber sido redactado por un Divino Anticristo pre-Hiroshima. Estoy pensando que hace un rato le dije a un amigo que el peor enemigo -casi- siempre es uno mismo. Haría planes de largo plazo si pudiera confiar en mí. Si pudieran, todo el mundo sería una carta Gantt ambulante de su propia existencia. Algunos creen lograrlo y ahí están. Otros queremos equivocarnos en el camino, y ahí estamos. La lógica del crédito es sabia y perversa porque le da un candy anticipado a gente incapaz de asumir de qué lado está. La combinación perfecta para la vida sería poder hacer planes y nunca endeudarse. Yo odio endeudarme porque tengo una relación un poco histérica con el dinero. Por lo demás, nunca en 27 años de vida había estado tan pobre como este año. Nunca trabajé en un McDonalds para pagarme la universidad ni junté plata para mis vacaciones soñadas moneda por moneda. No tuve la necesidad ni la valentía. Y ahora envidio a esa pendejada que puede vivir tranquilamente de su sueldo de mesero y darse lujos con las generosas propinas de algún turista derrochador. Porque tienen la edad suficiente (¿no se suponía que "la edad suficiente" siempre era una mayor a la tuya?), porque nadie espera demasiado de ellos y porque llegarán mejor preparados a la adultez. Porque "la crisis", "el título que te dijeron que sacaras", "las comodidades burguesas", "los cambios de ánimo" o "la gente" son issues que resbalan ante la -presunta, no comprobada- felicidad cotidiana de lo pequeño, lo fugaz y lo carente de proyección. Los lujos no siempre son algo que está por encima de lo que puedes obtener. Tal vez lo que pensabas que estaba abajo, en realidad está arriba. Y viceversa.
domingo, 5 de julio de 2009
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